Love Song

Había una enorme habitación. Sería pequeña para un salón de fiestas, pero para el lugar donde una persona duerme (la cual era su función) era excesivamente espaciosa. No se alcanzaba a ver el techo por una mala iluminación, a los cuatro o cinco metros de altura, las paredes grises se perdían en la penumbra; tres de las paredes sólo eran visibles con la luz tenue, pero se entendía que el lugar era rectangular. Tal vez 8 metros de ancho y el largo no se distinguía en la obscuridad. En una esquina, una solitaria cama descansaba destendida. Yo entraba en ese momento a la recámara, antes estaba en otro lado que no se alcanzaba a vislumbrar.

Al sentarme junto a la cabecera de la cama, una enorme cara hizo su aparición. Mediría tal vez 2 metros de ancho y cuatro de alto, tenía rasgos humanoides pero no era de una persona, definitivamente: había huecos donde deberían de estar los ojos, la nariz parecía haberse caído, dejando atrás sólo piel y carne en pleno proceso de descomposición; no había cabello, pero plumas grisáceas brotaban al rededor de las sienes y arriba de la frente. En vez de una boca normal, no tenía labios ni encías, se veía directamente el hueso después de los jirones de carne podrida, los dientes parecían los de una piraña: aserrados, triangulares y viciosos.

De donde debería estar el cuello, salían tímidamente dos patas de pollo, un metro de altura cada una medía y el ancho y largo eran proporcional para que parecieran los de una cría superdesarrollada. Desde lo alto cayó un objeto asqueroso. Parecía una oblea pero no del tamaño que los católicos usan para su sacramento de comunión, parecía suficiente como para alimentar a la bestia que ahí se encontraba, pero encima parecía tener una capa hecha por una sustancia amarilla viscosa.

“Cómetelo para que vea que lo vienes a proteger”, dijo una voz que no sabía a quién pertenecía.

Tenía que hacer que el monstruo creyera que yo era su madre: acababa de nacer y yo era lo primero que veía, ahora el “pequeño” estaba decidiendo si yo era comida o quien le dio la vida. Combatiendo el asco, tomé un trozo y me lo llevé a la boca. El sabor debió ser terrible porque no lo recuerdo, sólo que casi pierdo el conocimiento.

Momentos después, la joven aberración había terminado su comida y dormía plácidamente, yo estaba boca arriba, sobre la cama, mirando al techo. Como si fuera un fantasma que a lo lejos se intenta comunicar, escuché un leve eco que reconocí al momento.

Come on to these arms again…
Era una de mis canciones preferidas, Love Song for a Vampire. Pero había algo diferente. Aunque es un verdadero lamento y a la vez una canción de amor, en ese momento parecía terriblemente nostálgica y deprimente.

…and lay your body down…
Al segundo verso noté otra diferencia. No era una grabación. Alguien la estaba cantando en ese momento.

…the rhythm of this trembling heart, is beating like a drum…
Dos versos más y la tristeza horrible en esos versos se apoderó de mí. Me temblaron los párpados y mi corazón se oprimió.
“…it beats for you, it bleeds for you…”

No pude más y comencé a llorar, invadido por un sentimiento de desesperanza. Me levanté y me dirigí a la puerta, aún sabiendo que no debería de dejar al ser sin ser atendido, pero no podía más. Giré la perilla y al otro lado estaba un guardia con uniforme gris y un casco pequeño, como los que usaban los motociclistas en las películas de la segunda guerra mundial. Parecía afectado, no como yo, pero sí triste. Annie Lennox seguía resonando en todo el lugar, no dando tregua al sufrimiento.

“…Once I had the rarest rose that ever dared to bloom, cruel winter chilled the blood and stole my flower too soon…”

“Ve, yo tomaré tu lugar”, no dudó en decirme al observar mi lamentable estado. Seguí el pasillo mal iluminado y grisáceo, todo era gris en ese lugar. Cuando di vuelta en el recodo, el lugar se convertía en un centro comercial, el área de comida.

“…All loneliness, all hopelesness” estaba cantando la voz en ese preciso momento. Desesperado, la busqué con la mirada.

Seguía ella cantando y no podía encontrarla… hasta que seguí su voz, mis labios moviéndose al unísono con la voz, “for there is in all the world no greater love than mine“.

Y ahí estaba, Annie Lennox, no era su cara ni su cuerpo, más bien se parecía a la cantante francesa Desireless, pero era ella cantando “still falls the rain, be mine forever“, sin música, pero sufriendo, llorando como yo.

Destrozada, estaba dejando fluir sus lágrimas sobre una mesita del área de comida del centro comercial. Ni por un segundo se me hizo absurdo, mi estabilidad mental se estaba deshaciendo con cada verso, cada segundo. Me hizo una seña y me senté frente a ella. Los dos comenzamos a cantar.

…Let me be the only one to keep you from the cold…“, no me sentía emocionado de estar cantando con Annie Lennox una canción así; era en ese momento una necesidad dejar salir todo lo malo que había en mí, demasiados sentimientos, como si no fuera suficiente lo que tengo enterrado bajo capas de autocontrol, sentía otros temores y tentaciones que ni siquiera pertenecían a mí.

Al llegar a los últimos versos, el mundo se desvanecía en tonos negros, era como si mi vida se estuviera acabando junto con la canción, descansando y todo se disolvía en las palabras finales entonadas por ella y yo “come on to these arms again, and set this spirit free…

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